Páginas

sábado, 4 de abril de 2015

El valor de la vida

Nuestra vida vale
ni tanto como una madre cree,
ni tan poco como la piedad que exhibe
un océano que nos engulle.
Así nos debatimos sabiamente cada día
con la dignidad restante a flote
y desoyendo los consejos protectores.

La vida,
esa expresada muchas veces en días, años…
¡tiempo!
“El tiempo es oro”, suele decirse. (¿Lo dirán por el aceite?)
Pero nadie duerme con lingotes de vida bajo la almohada
como forma segura de inversión,
pues el día perdido, no valdrá nada en el futuro.

Un día, un amanecer compensa la larga andanza,
incluso desacompañado;
sin embargo, hay aquellos momentos
en que taciturnos nos arrastramos
y ni damos cuenta de ese mundo
floreciente sin pausa.
¡Cuántos se han despeñado por esas curvas!
Mi más profundo respeto tengan todos.

¡Ay, vida mía!, no sé cuánto apreciarte…
Quien mucho aprecio te da
con mucho celo te cuida
y cualquier placer se torna amenaza.
Los hay esclavos de sus coches,
de su hogar,
de la voluntad fortuita de quien no conocen.
¿Hay algo peor que ser esclavo de tu propia vida?
Quisiera ver con mucho brío
cuerpos matutinos asomados por las ventanas
sometiendo sus vidas, despertándolas, a sacudiduras
como si fueran alfombras, harapos…
¡La vida hay que vestirla como un harapo más!

Al contrario, un desprecio excesivo
vulnera la vida;
débiles nos hace,
de todos los placeres somos presa
y para continuar adelante
no dudamos en arañarnos nuestra propia carne.
Nos hacemos caníbales.

Para afinar el valor de esta vida
contaré las veces que me siento sustancia etérea.
Solo significará para uno mismo,
mas que importancia tiene
si este bien intransferible:
las bocas que besé,
los pueblos que poblé,
los vivos de este corro circundante,
sangre de la mía, o ajena sangre también,
no podrá trocarse nunca.