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lunes, 15 de julio de 2013

Te dicen la loca

Te dicen «¡Ay, la loca!» los presuntos juiciosos
porque cantas al cedro en La Isla de Llorosos,
mientras ellos respiran sus humos cavernosos.

Buscas la ciudad tuya, silenciosa la noche,
receptora de ti, cartera de reproche
que entrega la misiva con destino un pedroche:

Un castillo derruido toda ladera arriba
te acoge en sus paredes y templa tu saliva.
Allí, esquiva amiga, la soledad se cultiva.

Despega el perfume frágil de las agujillas
cuando pasas, sigilosa, sobre las puntillas
dando fresco el aire del pino a tus costillas.

Iridiscentes ojos son colgantes de rama
por donde la egagrópila desciende en amalgama:
huesos, susurros, gritos y pelos de una llama.

Más arriba, entre las putas, te sirves el páramo;
no eres mujer friática y menos cuando tu amo
remueve tus entrañas con espigas en ramo.

A todos haces tuyos hasta lo más inerte;
entre tanto, la oscuridad sola vino a sorberte
y antes de salir el sol, decides ponerte.

Ya se cierra tu párpado tal purpúreo telón;
ya vuelves en crepúsculo a llenar tu rincón
envuelta en una pátina de hierba y desazón.