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miércoles, 9 de mayo de 2012

Dejarse llevar

Me desarmo ante ti. Me disuelvo como un terrón, en el café, de azúcar; en el arroyo, de tierna tierra. No puedo reaccionar mientras te miro, porque se filtran mis fuerzas por la comisura de tus labios y ellos permanecen impasibles, sin mostrar un ápice de avidez de la que rebosa en mis ojos. Me derrumbo en esta silla, entre suspiros, como intentando arrancar tus sonrisas clavadas en mi vientre.

Todo es inútil.

Dejé que me llevaras en cada inspiración, y así fui el aire que acariciaba las láminas doradas que recubrían tu cuerpo. Dejé de ser roca para convertirme en animal débil y sediento, sediento de ti. Perdí el ritmo de mi andadura: caí en tus hombros, aun sabiendo que no querías cargar conmigo; y ahora estoy plantado en el desierto, secándose tu rostro dentro de mí. ¿Por qué me dejé llevar, entregarme a ti y olvidar al resto?

Y sigo dejándome llevar…